jueves, 12 de noviembre de 2015

EL SENTIDO DE LA VIDA


Para ejercer la medicina y la enfermería, profesiones humanistas, hace falta tener vocación y saber escuchar. En el sentido de “escuchar”, recuerdo la anécdota de Chweninger, médico, y su paciente, el Príncipe Otto von Bismark, quien no quería responder a las preguntas de su médico por falta de tiempo y le ordenó continuar con la exploración sin mediar más preguntas, a lo que Chweninger respondió: Vuecencia debería consultar con un veterinario porque éste no pregunta nada a sus enfermos. Y en lo que respecta a la vocación, tengo que remitirme obligadamente a las palabras de Don Gregorio Marañón. La vocación mueve la eficacia verdadera de los hombres. (…) Las vocaciones son de dos categorías. Las vocaciones de amor, que son únicas, intransferibles y desinteresadas. Y las vocaciones de querer, que pueden ser múltiples, que cambian de sentido y que son, por nobles que sean, interesadas. Hablando de la vocación médica, que es la mía, recomiendo la lectura de los “Consejos de Esculapio”, de los que reproduzco sólo el último párrafo: Piénsalo bien mientras estás a tiempo. Pero si, indiferente a la fortuna, a los placeres, a la ingratitud; si sabiendo que te verás sólo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerte con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre, con una cara que sonríe porque ya no padece, con la faz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte: SI ANSIAS CONOCER AL HOMBRE, penetrar todo lo trágico de su destino, entonces HAZTE MEDICO, HIJO MIO. Lo que significa que la medicina tiene que ser humanista.



Tuve la suerte de compartir con el Dr. Morandeira grandes experiencias en Nepal, de vida y profesión. Codo con codo atendimos a muchos pacientes durante las expediciones, principalmente nepaleses; algunos casos, complicados; pero con él nada era imposible. Era un médico y cirujano entregado a sus pacientes allí donde estuviera. Y así se le recuerda entre los sirdars y porteadores que lo conocieron. Esta vez he contado con la colaboración de una médico de familia, Marta, y de dos enfermeras, Eva y Lucía. Todas ellas con una gran vocación de amor por los demás. Cuando Pedro edite los vídeos, podrán verlas en acción, cómo han estado pendientes de todos, solucionando los problemas que se han presentado, repartiendo alegría por donde han pasado. Ni una queja, ni una mala cara, ni un requiebro ni en los momentos de mayor "presión asistencial", ni cuando sucias y cansadas de una dura jornada de ascensión, les pedían asistencia. Han tenido una sonrisa para todos.



El trabajo desarrollado en el distrito de Rasuwa, al norte de Kathmandu, no ha sido fácil; pero sí altamente gratificante y, por supuesto, aleccionador. Desde el punto de vista de la “práctica médica”, es evidente lo beneficioso que llega a ser, más que la magnitud del “acto médico” que hayamos podido realizar,  la atención humana que brindamos a personas que han sufrido un trauma del que todavía no se han recuperado. Personas que están a varios días de camino a pie de un hospital o consultorio médico para una asistencia que, la mayor de las veces, no pueden ni pagar; lo mucho que tenemos en occidente y lo poco que se aprecia. 



Si la Medicina es vocacional, todavía lo es más cuando se realiza en “extrema periferia”, con lluvia, ventisca o tormenta, para llegar allí donde no llega nadie, donde los nepaleses de las montañas más precisan la asistencia médica, pero sin perder de vista las palabras de Homero, en la Iliada, porque los médicos y enfermeros tenemos claro que
Morir es el destino,
y cuando llega la hora del hombre,
ni aún los dioses pueden ayudarle,
por mucho que puedan quererlo.



No es fácil asumir este destino en nuestra sociedad de opulencia y desarrollo, de ocio y bienestar, de fiesta y vacaciones; quizás por eso sorprende la resignación y abnegación de los nepaleses del norte, que muchos occidentales explican por su religión. Aunque, siendo rigurosos, el budismo no es una religión, es una filosofía de vida. Sea como sea, saben valorar lo importante de la vida: los afectos y ayudar a los demás. Cuestiones poco valoradas en nuestro entorno y que, sin duda alguna, dan la felicidad. Quizás por ello, parecen sobrellevar los efectos que el terremoto ha causado en sus vidas. Como Nima, un hombre de Langtang, que perdió a su mujer, a un hermano y muchos conocidos en el terremoto, además de su casa y todo lo que había sido su vida, pero que no ha dudado en acompañarnos en esta “expedición humanitaria” para ayudar a otros a superar su destino, manifestando una bondad infinita, rezando horas y horas, haciendo de traductor del dialecto local durante la consulta médica en cada pueblo por los que hemos pasado. Nima es un gran hombre, un buen budista y una bellísima persona. Un buen budista, al mismo tiempo que entiende las cosas tal como son con inteligencia y sabiduría, está lleno de amor y compasión hacia todos los seres. De hecho, la compasión y la sabiduría están íntimamente ligadas a la forma budista de vida. Nima nos ha impresionado. Qué hombre tan piadoso, discreto,  dispuesto, tan amable. Llevarlo detrás cuando subíamos las cuestas de Gatlang, Tatopani, Thuman  o Briddim hacía que todo fuera más fácil; su "Om" continuado y repetitivo, musical, profundo, sentido, mientras pasaba las cuentas de su rosario te sumía en una especie de trance que te hacía subir un escalón detrás de otro sin casi notar el esfuerzo. 








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